lunes, 19 de agosto de 2013

“MBYA tierra en rojo” (2004) 72min (Buenos aires) (Viernes 30 de Agosto - 9hs/ Rumbo 9 de julio 80)

“MBYA tierra en rojo” (2004) 72min (Buenos aires)
(Viernes 30 de Agosto - 9hs/ Rumbo 9 de julio 80)



SINOPSIS:
En la República Argentina los pueblos originarios viven en el olvido y la marginación. Esta película es un retrato intimista de la lucha de los Mbya Guaraní por su supervivencia y por la conservación de su identidad frente al avance del "mundo de los blancos".




Dirección: Philip Cox Y Valeria Mapelman Producción Philip Cox Valeria Mapelman Ben Stark Pablo Trapero Martina Guzmán Producción ejecutiva Agustina Llambi-Campbell Coordinación de producción Fotografía Philip Cox Valeria Mapelman Montaje Ben Stark

Nacida en Argentina en enero 1970, se formó en Arte y Comunicación y desde su lugar de sigilosa observadora, se interesó por rescatar historias sepultadas de los pueblos más postergados, los originarios. Pasó una década trabajando en Chile y hoy vuelve a su país para presentar imágenes y relatos de grupos humanos olvidados, desprotegidos y ausentes de la inclusión social.



Por Marcos Vieytes.

"Las huellas de un baile se borran con la primera tormenta", le oímos decir a una arrugada voz en off mientras los relámpagos iluminan la noche del monte misionero. Es posible que algún viejo sabio de la tribu guaraní de los Mbya haya dejado caer la sentencia como quien no quiere la cosa. Más que sentencia reveladora, la frase contiene ese saber tradicional que no impacta por lo novedoso, sino por lo irrefutable, y se parece a las cosas que dicen los viejos de todas las culturas y que uno escucha por el respeto que imponen las marcas —las huellas— que el tiempo ha dejado en sus cuerpos. Pero Mbya, tierra en rojo no tiene vocación de sibila y ni siquiera de elegía. No le interesa llorar la gradual desaparición de una cultura, sino acompañar sus intentos por preservarla y, sobre todo, su cotidiano presente. Le importan menos las huellas que el baile, o las huellas del baile como rastro de una alegría todavía posible.

El comienzo no puede ser mejor. Después de haberse quedado sin nada desde los tiempos de la conquista española hasta la fecha, los Mbya consiguen que en esta película se les devuelva, aunque más no sea, la voz. Ellos se hacen cargo del relato y su lengua, ya mezcla de guaraní con español, es tan concreta como sus actos y, en muchas ocasiones, mucho más feliz que su rutina. Ningunos de los responsables de la película les dice qué decir ni habla por ellos. Incluso cuando llega la instancia de presentarse ante las autoridades de la Universidad de La Plata, dueña de las tierras que le pertenecen legítimamente, la cámara los apoya con su presencia pero no puede suplantarlos pese a las vacilaciones de un cacique al que siglos de sometimiento y jugar de visitante le han quitado todo el orgullo que los antiguos jefes de estado Mbya debieron tener.

De ese pasado floreciente no queda casi nada. Incluso la memoria histórica del propio pueblo Mbya está siendo desplazada por una construcción apócrifa: la película de Roland Joffe, La misión, que los propios aborígenes miran en uno de los pocos aparatos de televisión que tiene la comunidad. Allí aparece un tío (Culo Quemado) del primer personaje relator de la película, y mientras observan el film todos se asombran de ver la reproducción de un tiempo que fue el suyo y cuya transmisión oral también está languideciendo. No solamente les han quitado el baile, sino también el recuerdo de ese baile. Las huellas de la memoria original de los Mbya —y no solamente las de ellos—están siendo borradas o deformadas por otras, más allá de la naturalista intención reproductora de una película como la de Joffe. Este avance de las imágenes como reservorio falseado de las culturas particulares, le da un valor agregado a Mbya, tierra en rojo. Pero digo agregado porque la película de Cox y Mapelman (coproducida por Matanza Cine, la compañía de Pablo Trapero) no se conforma con ser solamente un registro, digamos, legal o antropológico, sino que es cine y del bueno.

Cine que viene a revelar, por un lado, la precariedad de las huellas audiovisuales y el modo en que el poder las usurpa, intenta desnaturalizarlas o directamente se caga en ellas. Una forma, la más brutal y por ello la más fácilmente condenable, es atacar al mensajero, a quien registra los hechos, al productor de huellas. Eso es lo que le sucede al camarógrafo cuando acompaña a los Mbya hasta la casa del capataz de la plantación de yerba mate en donde están trabajando, para reclamar los sueldos que le deben. La cámara aparece inclinada en un ángulo extraño y recién cuando escuchamos insultos y la cámara se sacude nos damos cuenta de que la habían tirado al suelo y ahora lo están moliendo a palos. Pero mucho peor es lo que hacen las autoridades de la UNLPcuando les prometen la cesión del título de propiedad de las tierras en un plazo relativamente corto, declaración hecha ante las cámaras de la película pero también de la prensa y publicada al menos en el diario Hoy, pero no cumplen con ello, a juzgar por la información que nos brinda la película sobre el final. Esa secuencia me hace pensar en el modo en que los actores políticos han conseguido asimilar la crítica audiovisual, y ahora se ríen con CQC cuando CQC supone estar riéndose de ellos.

Mbya, tierra en rojo no se ríe de nadie porque no hay mucho de qué reírse, pero sí comparte la módica pero valiosa alegría de los parlamentarios aborígenes luego de la gestión en la ciudad. Ese momento del baile, de la risa, del vino, es lo más parecido a la felicidad y la película valora, respeta y comparte dichos momentos sin empañarlos haciéndonos sentir que son los últimos de una cultura que desaparece. Esto lo sentimos nosotros, especialmente cuando matan a una vaca raquítica que a duras penas han podido comprar, y esta se desangra al fondo del plano mientras se preparan para comer algo más o menos sustancioso. El devastador poder de esas imágenes consiste en recordarnos parte de un ciclo “natural” de nacimiento, desarrollo y declinación, por cuya fase final están pasando los Mbya en este preciso momento. Aunque la cámara nunca se vale de esa conciencia para chantajearnos sentimentalmente, no es posible sustraerse al hecho de que aún cuando Mbya, tierra en rojo procura y logra ser el registro fidedigno del presente de un pueblo que no se resigna a dejar de bailar, está constituyéndose también en la huella de ese baile que se acaba. Huella que seguiremos ignorando para alquilar La misión y ver a Jeremy Irons y Robert De Niro haciendo su número de baile entre uno indios simpáticos con el culo al aire.

(Publicado en El Amante)

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